Suena el despertador. Lo apagas sin ganas y tu mano automáticamente coge
el móvil. Lees las notificaciones que te llegaron durante la noche,
abres los correos que llegaron, revisas tus redes sociales. Te levantas de la cama, te aseas y
preparas para un nuevo día. Repasas mentalmente mientras tanto todo lo que tienes que hacer durante el día de hoy: ese proyecto que debe salir hoy, llamadas por hacer, visitas o reuniones, la cita del médico, el cumpleaños de
Fulanito. Preparas un desayuno y ahí está otra vez, el móvil en la mano,
poniéndote al día de (nuevas) noticias, emails. Sales de casa, llegas
al trabajo. Más notificaciones, correos, prisas, todo es para ayer.
Paras a comer, y revisas tus notificaciones de nuevo. Trabajas. Una vez en casa,
tareas, tareas y más tareas. Y notificaciones. Cae la noche y te
encuentras en la cama, apunto de dormir, con la pantalla iluminando tu
cara, por fin tienes un momento para descansar y hacer algo que te
gusta, como ¿perderte en pinterest? ¿ver fotos bonitas en instagram?
Buenas noches, mañana será otro día. Estás agotada, pero no sabes por
qué.
¿Te suena?
Las rutinas, el trabajo, el día a día nos mantiene tan ocupados que muchas veces no tenemos tiempo para
relajarnos y bajar el ritmo. La presión por ser mejores, mejor profesional, mejor persona, mejor que
alguien,
supermadres también está ahí, instalada en nuestras cabezas.
Es de locos.